Es difícil la lucha, porque es larga y dura. Lo es
porque el enemigo es el capital, esto es, el poder económico (que
desgraciadamente, ostenta el poder real porque vivimos en una aparente
democracia).
Como somos humanos, la apatía, el desaliento y la
desesperanza se van apoderando de nosotros y nosotras y terminamos por
autoconvencernos de que nada podemos hacer. Nos retiramos entonces a nuestro
refugio interior, nuestra vida privada y pasamos de querer cambiar el mundo a
conseguir que éste no nos cambie en exceso. Sin embargo, en el camino una
encuentra gentes, personas de carne y hueso, normales y corrientes que son
capaces de seguir, de no decaer, de estar ahí. Supongo que unas veces con más
fuerza y vigor y otras con la sola presencia, pero su estar ahí a pesar de todo
es crucial y esencial para ellos y ellas y, sobre todo, para el resto.
Son esas personas anónimas que dedican parte de su
tiempo libre a combatir al sistema las que a mí me asombran. Sé que sonará
ingenuo y hasta ñoño, pero saber que existen, saber que están, aparte de que me
reconcilia con el género humano (capaz de lo sublime y lo abominable) es lo que
me alienta a seguir. No porque me crea que esto es fácil y vamos a ganar, sino
porque entiendo que es mi obligación social, política y hasta moral continuar
(al menos, no borrar) la lucha que muchas y muchos antes que yo emprendieron.
Una lucha gracias a la cual yo pude acceder a estudios universitarios, por
ejemplo.
Por esa razón, me molesta sobremanera que algunas y
algunos jóvenes se crean con la autoridad suficiente como para rechazar toda
una etapa que costó construir. Y no sólo hablo de la mal llamada transición,
hablo de las etapas anteriores. Porque gracias a que “aquellas locas”
sufragistas lucharon hace más de dos siglos por el derecho al voto de las
mujeres, hoy puedo yo seguir luchando contra el nefasto patriarcado
(íntimamente ligado al capitalismo, que sobrevive por su existencia, por
cierto).
Siguiendo con el símil, me parece igual de indignante
rechazar de plano toda la lucha previa y quedarse tan contentos y contentas con
esa afirmación de que la transición fue un pacto entre élites. Me parecen
vergonzantes y hasta irresponsables tales afirmaciones. Porque claro que no
consiguieron todo lo que querían, porque hoy nuestra obligación es la de seguir
ampliando esas conquistas, pero despreciar la lucha contra las pistolas es algo
que no consigo entender. Y esas gentes que un día se atrevieron a disentir,
arriesgando (sin ningún tipo de metáfora) vidas y libertad vital personal
merecen, además de nuestro reconocimiento y eterno agradecimiento, nuestro
compromiso con su lucha.
La historia está tejida por un hilo rojo que debemos
conseguir narrar y visibilizar. El capital, que también se ha apropiado de
cierta parte importante de lo que se considera culturalmente relevante, niega
una y otra vez el conocimiento de esa historia. Por eso yo pido hoy a todas mis
compañeras y compañeros que vivieron esos tiempos en primera persona que nos
cuenten, que nos digan por qué tuvieron que luchar y, lo más importante, por
qué siguen implicados e implicadas en la lucha. No quiero escuchar a los
realistas (esos escriben columnas en los periódicos y disponen de micrófonos),
no quiero escuchar a los abatidos y abatidas (esas voces ya las tengo
interiorizadas, quizá demasiado), quiero escuchar a esos y esas que tantas
veces se han sentido solos, incomprendidos. Quiero saber por qué , a pesar de
los pesares, aún siguen intentándolo y por qué son capaces de no ceder ante los
cantos de sirena que una y otra vez escuchan (porque todas y todos los
escuchamos). Quiero saber qué les lleva a esa lucidez que se tacha tantas de
veces de locura y quiero saberlo porque creo que la salvación de la especie
está ahí, en reconocernos humanos y en saber que si otros pudieron, nosotros y
nosotras también.
Necesito escucharlo, porque tengo dos hijos por los que
sé que tengo la obligación de luchar. Por eso hay que valorar, poner en valor
dicen los “modernos”, la sensibilidad humana, la capacidad de empatizar, de
forjar vínculos y lazos humanos. Si el cavernícola fue capaz de sobrevivir es
porque se percató de que su grandeza estaba en la cooperación, nunca en la
competición. Así que hablo de superviviencia, no de supremacía moral o
intelectual.
Esa historia necesaria de escuchar y que alguien debería
escribir está latente y presente en muchas asambleas de Izquierda Unida de
pueblos pequeños. Por eso, por más que me cuenten historias de ganar y
empoderarse, los que vencieron son los que consiguieron vivir de acuerdo a sus
principios y máximas. No obstante, el capitalismo es tan listo, que casi parece
haberse hecho imprescindible porque ha atacado la capacidad de cooperar, porque
ha debilitado tanto al ser humano que le ha hecho creer que es más libre cuanto
más solo está. Por esa razón, parecen más libertarias ideas que endiosan al
individuo-ciudadano-consumidor, que aquellas que hablan de personas
organizadas, capaces de ser conscientes de su debilidad y por ello confiar más
en el resultado de la organización de muchos y muchas y con una historia detrás.
No se trata de asumir las mochilas sin ningún análisis, por supuesto que no,
pero para cambiar (palabra talismán en la política de todas las épocas) lo
primero que hay que hacer es impregnarse de realidad. Y luchamos contra el enemigo
de verdad, el capital, por lo que nos ponemos la mochila o sólo cambiaremos el
lenguaje, las caras y las formas.
Esta lucha no es original de nuestra generación y por
ello, a no ser que seamos los más preparados técnicamente pero los peor dotados
humanamente –cosa posible, porque a veces el confort vital acarrea ausencia de
fortaleza– tenemos que continuarla, no creernos el inicio de nada. Claro que
este tiempo es nuestro y somos nosotros y nosotras los que debemos forjarlo,
pero no seamos tan estúpidos para volver a repetir aquello de que nadie
escarmienta en cabeza ajena.
La irreverencia e ímpetu de los jóvenes da fuerza y empuje para revitalizas las luchas. La experiencia de los viejos y viejas abre ojos que las ganas de
triunfar ciegan. Por el bien de todos y todas, especialmente por el futuro de nuestros
hijos e hijas, no olvidemos esta enseñanza. No caigamos de nuevo en confundir a
los que luchan por unos principios con gentes sectarias y rancias. Recordemos
siempre que esto no es nuevo: Diego López Garrido, Cristina Almeida, Rosa
Aguilar… Abramos los ojos y confiemos en nosotros mismos, en nuestras bases,
ese oro de Moscú que es cierto que la República se llevó a los corazones de la
resistencia franquista de los y las comunistas de ayer y de hoy
Me parece el artículo de opinión histórica, social y política actual más lúcido de cuantos he leído últimamente y quisiera no expresar lo que a un solo e incomprendido le pides, porque supondría mucho comentario; pero sí quiero subrayar pensamientos atinados de tu escrito que suscribo totalmente, observo brillantez y mucho tiempo de estudio del pensamiento razonado:
ResponderEliminarEs difícil la lucha, porque es larga y dura. Lo es porque el enemigo es el capital, esto es, el poder económico (que desgraciadamente, ostenta el poder real porque vivimos en una aparente democracia).
Si el cavernícola fue capaz de sobrevivir es porque se percató de que su grandeza estaba en la cooperación, nunca en la competición.
el capitalismo es tan listo, que casi parece haberse hecho imprescindible porque ha atacado la capacidad de cooperar, porque ha debilitado tanto al ser humano que le ha hecho creer que es más libre cuanto más solo está
Por esa razón, parecen más libertarias ideas que endiosan al individuo-ciudadano-consumidor, que aquellas que hablan de personas organizadas
Esta lucha no es original de nuestra generación y por ello, a no ser que seamos los más preparados técnicamente pero los peor dotados humanamente –cosa posible, porque a veces el confort vital acarrea ausencia de fortaleza– tenemos que continuarla, no creernos el inicio de nada
Quiero saber qué les lleva a esa lucidez que se tacha tantas de veces de locura y quiero saberlo porque creo que la salvación de la especie está ahí, en reconocernos humanos y en saber que si otros pudieron, nosotros y nosotras también.
Esa lucidez sigue buscándola, en escuchar, observar, empatizar, colaborar, ayudar y seguir reflexionando en silencio que es donde se encuentran los grandes valores comunes a uno mismo y a la ciudadanía.
Ha sido un placer haberte leído. ¡Enhorabuena!
Gracias a ti por seguir ahí, gracias a todos los que tú continúan, gracias de verdad. Un honor saber que te ha gustado. Un abrazo, compañero y paisano.
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