viernes, 6 de febrero de 2015

La historia: lo joven, lo viejo. L@s comunistas de siempre


Es difícil la lucha, porque es larga y dura. Lo es porque el enemigo es el capital, esto es, el poder económico (que desgraciadamente, ostenta el poder real porque vivimos en una aparente democracia).

Como somos humanos, la apatía, el desaliento y la desesperanza se van apoderando de nosotros y nosotras y terminamos por autoconvencernos de que nada podemos hacer. Nos retiramos entonces a nuestro refugio interior, nuestra vida privada y pasamos de querer cambiar el mundo a conseguir que éste no nos cambie en exceso. Sin embargo, en el camino una encuentra gentes, personas de carne y hueso, normales y corrientes que son capaces de seguir, de no decaer, de estar ahí. Supongo que unas veces con más fuerza y vigor y otras con la sola presencia, pero su estar ahí a pesar de todo es crucial y esencial para ellos y ellas y, sobre todo, para el resto.

Son esas personas anónimas que dedican parte de su tiempo libre a combatir al sistema las que a mí me asombran. Sé que sonará ingenuo y hasta ñoño, pero saber que existen, saber que están, aparte de que me reconcilia con el género humano (capaz de lo sublime y lo abominable) es lo que me alienta a seguir. No porque me crea que esto es fácil y vamos a ganar, sino porque entiendo que es mi obligación social, política y hasta moral continuar (al menos, no borrar) la lucha que muchas y muchos antes que yo emprendieron. Una lucha gracias a la cual yo pude acceder a estudios universitarios, por ejemplo.

Por esa razón, me molesta sobremanera que algunas y algunos jóvenes se crean con la autoridad suficiente como para rechazar toda una etapa que costó construir. Y no sólo hablo de la mal llamada transición, hablo de las etapas anteriores. Porque gracias a que “aquellas locas” sufragistas lucharon hace más de dos siglos por el derecho al voto de las mujeres, hoy puedo yo seguir luchando contra el nefasto patriarcado (íntimamente ligado al capitalismo, que sobrevive por su existencia, por cierto).

Que aquellas mujeres no consiguieron todo es indudable. El terrorismo machista mata a diario en la España del siglo XXI, pero eso no me da permiso para ensombrecer aquella lucha, más bien debo, como mujer, como feminista, como persona de izquierdas y hasta como gente de bien, valorar aquel inicio y contribuir con mis fuerzas a que la senda continúe. Porque cuando creemos que la lucha ha terminado, el neomachismo (o el neocapitalismo camuflado como socialdemocracia) se arrastra como la serpiente y consigue que conquistas del discurso ya conseguidas (las cuotas, por ejemplo) tengan que ser argumentadas de nuevo. Perdemos, entonces, porque las formas amables esconden la esencia del Patriarcado y esa esencia, al ser más difícil de detectarse, se va engrandeciendo aunque con ropajes de modernidad e igualdad.

Siguiendo con el símil, me parece igual de indignante rechazar de plano toda la lucha previa y quedarse tan contentos y contentas con esa afirmación de que la transición fue un pacto entre élites. Me parecen vergonzantes y hasta irresponsables tales afirmaciones. Porque claro que no consiguieron todo lo que querían, porque hoy nuestra obligación es la de seguir ampliando esas conquistas, pero despreciar la lucha contra las pistolas es algo que no consigo entender. Y esas gentes que un día se atrevieron a disentir, arriesgando (sin ningún tipo de metáfora) vidas y libertad vital personal merecen, además de nuestro reconocimiento y eterno agradecimiento, nuestro compromiso con su lucha.

La historia está tejida por un hilo rojo que debemos conseguir narrar y visibilizar. El capital, que también se ha apropiado de cierta parte importante de lo que se considera culturalmente relevante, niega una y otra vez el conocimiento de esa historia. Por eso yo pido hoy a todas mis compañeras y compañeros que vivieron esos tiempos en primera persona que nos cuenten, que nos digan por qué tuvieron que luchar y, lo más importante, por qué siguen implicados e implicadas en la lucha. No quiero escuchar a los realistas (esos escriben columnas en los periódicos y disponen de micrófonos), no quiero escuchar a los abatidos y abatidas (esas voces ya las tengo interiorizadas, quizá demasiado), quiero escuchar a esos y esas que tantas veces se han sentido solos, incomprendidos. Quiero saber por qué , a pesar de los pesares, aún siguen intentándolo y por qué son capaces de no ceder ante los cantos de sirena que una y otra vez escuchan (porque todas y todos los escuchamos). Quiero saber qué les lleva a esa lucidez que se tacha tantas de veces de locura y quiero saberlo porque creo que la salvación de la especie está ahí, en reconocernos humanos y en saber que si otros pudieron, nosotros y nosotras también.
Necesito escucharlo, porque tengo dos hijos por los que sé que tengo la obligación de luchar. Por eso hay que valorar, poner en valor dicen los “modernos”, la sensibilidad humana, la capacidad de empatizar, de forjar vínculos y lazos humanos. Si el cavernícola fue capaz de sobrevivir es porque se percató de que su grandeza estaba en la cooperación, nunca en la competición. Así que hablo de superviviencia, no de supremacía moral o intelectual.

Esa historia necesaria de escuchar y que alguien debería escribir está latente y presente en muchas asambleas de Izquierda Unida de pueblos pequeños. Por eso, por más que me cuenten historias de ganar y empoderarse, los que vencieron son los que consiguieron vivir de acuerdo a sus principios y máximas. No obstante, el capitalismo es tan listo, que casi parece haberse hecho imprescindible porque ha atacado la capacidad de cooperar, porque ha debilitado tanto al ser humano que le ha hecho creer que es más libre cuanto más solo está. Por esa razón, parecen más libertarias ideas que endiosan al individuo-ciudadano-consumidor, que aquellas que hablan de personas organizadas, capaces de ser conscientes de su debilidad y por ello confiar más en el resultado de la organización de muchos y muchas y con una historia detrás. No se trata de asumir las mochilas sin ningún análisis, por supuesto que no, pero para cambiar (palabra talismán en la política de todas las épocas) lo primero que hay que hacer es impregnarse de realidad. Y luchamos contra el enemigo de verdad, el capital, por lo que nos ponemos la mochila o sólo cambiaremos el lenguaje, las caras y las formas.

Esta lucha no es original de nuestra generación y por ello, a no ser que seamos los más preparados técnicamente pero los peor dotados humanamente –cosa posible, porque a veces el confort vital acarrea ausencia de fortaleza– tenemos que continuarla, no creernos el inicio de nada. Claro que este tiempo es nuestro y somos nosotros y nosotras los que debemos forjarlo, pero no seamos tan estúpidos para volver a repetir aquello de que nadie escarmienta en cabeza ajena.


La irreverencia e ímpetu de los jóvenes da fuerza y empuje para revitalizas las luchas. La experiencia de los viejos y viejas abre ojos que las ganas de triunfar ciegan. Por el bien de todos y todas, especialmente por el futuro de nuestros hijos e hijas, no olvidemos esta enseñanza. No caigamos de nuevo en confundir a los que luchan por unos principios con gentes sectarias y rancias. Recordemos siempre que esto no es nuevo: Diego López Garrido, Cristina Almeida, Rosa Aguilar… Abramos los ojos y confiemos en nosotros mismos, en nuestras bases, ese oro de Moscú que es cierto que la República se llevó a los corazones de la resistencia franquista de los y las comunistas de ayer y de hoy

2 comentarios:

  1. Me parece el artículo de opinión histórica, social y política actual más lúcido de cuantos he leído últimamente y quisiera no expresar lo que a un solo e incomprendido le pides, porque supondría mucho comentario; pero sí quiero subrayar pensamientos atinados de tu escrito que suscribo totalmente, observo brillantez y mucho tiempo de estudio del pensamiento razonado:
    Es difícil la lucha, porque es larga y dura. Lo es porque el enemigo es el capital, esto es, el poder económico (que desgraciadamente, ostenta el poder real porque vivimos en una aparente democracia).
    Si el cavernícola fue capaz de sobrevivir es porque se percató de que su grandeza estaba en la cooperación, nunca en la competición.
    el capitalismo es tan listo, que casi parece haberse hecho imprescindible porque ha atacado la capacidad de cooperar, porque ha debilitado tanto al ser humano que le ha hecho creer que es más libre cuanto más solo está
    Por esa razón, parecen más libertarias ideas que endiosan al individuo-ciudadano-consumidor, que aquellas que hablan de personas organizadas
    Esta lucha no es original de nuestra generación y por ello, a no ser que seamos los más preparados técnicamente pero los peor dotados humanamente –cosa posible, porque a veces el confort vital acarrea ausencia de fortaleza– tenemos que continuarla, no creernos el inicio de nada
    Quiero saber qué les lleva a esa lucidez que se tacha tantas de veces de locura y quiero saberlo porque creo que la salvación de la especie está ahí, en reconocernos humanos y en saber que si otros pudieron, nosotros y nosotras también.
    Esa lucidez sigue buscándola, en escuchar, observar, empatizar, colaborar, ayudar y seguir reflexionando en silencio que es donde se encuentran los grandes valores comunes a uno mismo y a la ciudadanía.
    Ha sido un placer haberte leído. ¡Enhorabuena!

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  2. Gracias a ti por seguir ahí, gracias a todos los que tú continúan, gracias de verdad. Un honor saber que te ha gustado. Un abrazo, compañero y paisano.

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